La sociedad argentina atraviesa un proceso acelerado de envejecimiento, marcado por una caída sostenida en la natalidad y una expectativa de vida cada vez más alta. Así lo revela un informe de la Universidad Austral y la Red de Institutos Universitarios Latinoamericanos de Familia (Redifam), difundido en el marco del Día Mundial de la Población, que se conmemora este 11 de julio.
Según el estudio, la Tasa Global de Fecundidad se ubica en 1,4 hijos por mujer, muy por debajo del umbral de reemplazo generacional (2,1) y por debajo del promedio latinoamericano. En paralelo, la Tasa Bruta de Natalidad, con 9,9 nacimientos cada 1.000 habitantes, es la segunda más baja de la región, sólo por encima de Chile (7,7). La tendencia se profundizó luego de la pandemia, aunque el descenso sostenido comenzó alrededor de 2015.
El análisis también destaca un cambio profundo en la estructura de los hogares. Argentina es el país con mayor proporción de hogares unipersonales de la región (24,6%), mientras que los nucleares bajaron al 57% y los extendidos se mantienen estables cerca del 17%. Estas transformaciones afectan especialmente la organización de los cuidados y el acompañamiento de personas mayores.
Actualmente, la edad mediana del país es de 32,9 años, la cuarta más alta de América Latina. A esto se suma una expectativa de vida que alcanza los 78 años. Ante este escenario, los especialistas advierten que el país podría entrar en una fase de crecimiento poblacional negativo si no se compensa con inmigración.
“Argentina ya no es un país joven, y eso exige decisiones políticas firmes e integrales”, afirmó la doctora Lorena Bolzon, presidenta de Redifam y decana del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral. En ese sentido, propuso repensar los sistemas de salud, laboral, previsión social y cuidado familiar para adaptarlos a una población con mayor proporción de personas mayores.
El informe también subraya la necesidad de políticas sociales con enfoque intergeneracional e inclusivo. Según el documento, estas estrategias deben valorar a las personas mayores sin desatender a las generaciones más jóvenes ni sobrecargar a las familias, prestando especial atención a las desigualdades estructurales que afectan a los sectores más vulnerables, quienes suelen envejecer en condiciones de mayor precariedad y con menor acceso a derechos.